domingo, noviembre 20, 2005

El elefante encadenado


"Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía creía en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...."
Jorge Bucay

lunes, noviembre 07, 2005

Esto no viene a cuento de nada

"Cultivo el odio a la acción como una flor de invernadero. Presumo ante mí mismo de mi disidencia de la vida".

Fernando Pessoa.

...Creí ganarle la partida al tiempo y era el tiempo el que se dejaba hacer. Malbaratando constantemente mis horas, regalándolas a manos llenas,...

sábado, noviembre 05, 2005

Arde París

¿Qué diablos está pasando allá arriba? Arden coches y edificios día tras día y quienes participan de tanta locura ni siquiera esperan a que caiga la noche para dar rienda suelta a todo el salvajismo y la ira contenida durante años (con o sin razón). ¿Tendrá acaso algo que ver el carácter autoritario y la férrea voluntad del ministerio de interior francés por implantar la mano dura?¿Será que palabras como "chusma" o "gentuza" o "escoria" en boca del inefable Sarkozy y con los cuerpos todavía calientes de Ziad y Banou, constituyen el único bálsamo que conoce el ministro para apagar tanto fuego? "Cuando uno dispara balas verdaderas contra la policía uno no es un joven sino un matón", apostilló en una ocasión quién sabe si para justificar lo injustificable. De todos modos, ahora sí, ya solo caben los remedios fascistas. Hay que tirar de antidisturbios y de tanquetas y de todas esas historias ante cuyo despliegue se deleita tanto autoritario acomplejado.
Deberían echar un vistazo a nuestros vecinos todos aquellos que durante tanto tiempo ( y aún hoy) se han dedicado con inquina y ahínco a sembrar odios y a exacerbar diferencias de modo tan maniqueo y arbitrario. Deberían poner sus barbas a remojar desde el mismo día en que se encaminan ufanos hacia su urna, papeleta en mano, previsibles en su suficiencia como elefantes en una cacharrería.

viernes, noviembre 04, 2005

Mr.Ansar, Where are you?


Ando enfrascado en la lectura de todos los artículos que Javier Marías (me deshago en genuflexiones) publicó en el suplemento dominical de "el País" desde febrero 2003 a febrero de 2005, unos noventa y nueve creo recordar, y que ahora vienen primorosamente recogidos de la mano de alfaguara bajo el sugerente título de "El oficio de oír llover". La cuestión es que casi me había olvidado (del todo es imposible) de todo el odio y la crispación que Mr. Ansar y sus adláteres sembraron a lo largo y ancho de nuestro singular conjunto de singularidades nacionales, por no nombrar lo mucho y bien que se le recuerda en algunos de los corrillos que se forman entre los clientes del hotel Guantánamo o los lugareños que sobreviven en Irak. Casi me había olvidado, digo, porque es absolutamente imposible (ni en modo alguno pretendo, flaco favor democrático nos haríamos) amordazar a todos los voceros que en el PP han sido y que todavía siguen ladrando al son de tripartitos, estatuts y de más historias propiciatorias de las más arrebatadas soflamas que a la menor ocasión nos sueltan de carrerilla, como si de una consigna "Made in FAES" se tratase. La primera parte del libro (sigo con él) es un florido homenaje a la gestión de ese pequeño gran hombre que a tantos comediantes e imitadores ha dado de comer y que, al mismo tiempo, tantos atragantamientos masivos ha producido con su sola presencia, con la versatilidad de su verbo anglosajón (solo comparable a la del príncipe gitano - escúchese "In the ghetto"-) o su contagiosa sonrisa de indigestión perpétua. Mr. Ansar, ¿Por dónde anda, buen hombre? No , no, no hace falta que vuelva, no se moleste, con lo que nos ha costado que se largara (qué largo se nos hizo verle cumplir su promesa de batirse en retirada y qué caro nos lo cobró), estas líneas eran solo para rendir homenaje a todas aquellas veces, pocas, que nos ha hecho reír con el fruto de su disparatado, ególatra e insufrible proceder. ¡Ole Mr. Ansar! pero, en lo sucesivo, por favor, que le rían los chistes en su casa.

martes, noviembre 01, 2005

Neverland


Nos mentiste Peter, muchacho, nos llenaste la cabeza de pajaros. Renunciamos a comernos el mundo y permitimos que se lo repartieran los mismos desaprensivos que vimos salir en estampida, alejándose en frenética carrera, todos buscando a empellones un sitio en la feria que nos ha tocado vivir. De entre todos los que resistieron, de entre todos los que juraron no marcharse tan sólo permanezco yo, sentado en el que bien podría considerarse mi peldaño, en esa vieja escalera que ha visto subir y bajar a tanto advenedizo en ciernes. Todos se despidieron de mí sin mirar atrás: prescindible siempre como las cosas sin remedio, ya me conoces.
Con la misma cara de imbécil, Peter, con la misma me he quedado recordando toda la gracia que gasté a manos llenas cuando la creía eterna e inmensurable. Que poco te hubiese costado ponernos sobre aviso. Con todo sigo esperándote, Peter, algo cansado ya, la verdad, con el pecho menos liviano emponzoñado como lo tengo de tanta certidumbre consumada, de tanta realidad que no digiero. Envía a alguien que me recoja, que me lleve bien lejos, que me cuente de tí todo lo que ya a penas consigo recordar.
Los días transcurren desangelados y grises, Peter, cuando ya nadie comparte contigo el pan y la sal. Nos mentiste, Peter, y yo no consigo creer en nada que no sean tus mentiras.