viernes, marzo 17, 2006

Perdido


Algunos de nuestros actos, la sublimación de aquellas decisiones que creemos nuestras, confieren una soledad de la que ya no puedes desprenderte jamás. Decidir que sacrificar a tu perro es lo correcto, convencerte de que semejante acto de barbarie es incluso un gesto de generosidad, es algo que lejos de reconciliarte contigo mismo acaba por confinarte a una suerte de exilio del que no existe regreso conocido. Perdido.
Mi perro tenía un nombre de perro que sólo en mis labios sonaba digno; una forma de mirarte que de pronto lo explicaba todo. Me costó hacerme con su cariño pero me consta que al final aceptó cuidar de mí como quien acepta un mal menor, siempre atento y paciente con la mano que le buscaba sedienta de afectos. Hoy le buscó irreflexivo, esperando que gire una esquina o asome el hocico dispuesto a curiosear en mis bolsillos. Salgo de la cocina, espero una quimera y desando lo andado mientras juegueteo con un pedazo de pan que no sé de dónde ha salido. Perdido.
Es curioso lo extraño que se siente uno cuando ante semejante pérdida se deshace en explicaciones, casi justificaciones o directamente disculpas por amar a un animal. Por llorar su ausencia. Hay quien no comprende y asiente con el gesto compungido y te mira como quien lo hace por primera vez, como quien quiere decirte "lo sé, sé que duele", pero no lo saben. Una lástima. Ves morir a tu perro y cedes otro paso al gris, y cobras plena conciencia de tu desorientación, ya definitiva. Andas perdido. Ahora sí. Más, si cabe.