martes, octubre 24, 2006

sin zapato


Veniamos ya de vuelta, tratando de atenuar la sonrisa, de apresurar el paso, de sujetar la costumbre. Veniamos, en definitiva, con al aire resuelto de quienes transigen y aceptan y ocultan, sabedores de todo cuanto nos aguardaba, postergando para mejor ocasión la locura que consume nuestras horas nuevas. En estas nos hallábamos, como náufragos recien salidos de nuestro océano de requiebros y embelecos, recomponiéndonos al pie de un semáforo, cuando apareció ella y nos dejó su zapato. Una suerte de cenicienta teutona, grande y pelirroja, cruzó la calle cariacontecida, a horcajadas sobre su bicicleta. Dejó tras de sí su zapato y un reguero de vergüenza absurda que amenazaba con prender como polvora cuando me ofrecí sin más a recogerlo. Desamparada e inerte sobre aquel paso de cebra, yacía, rojo sobre blanco, una manoletina desconcertada en su recién estrenada unicidad. Deshechó cualquier tentativa de confraternización y simplemente se dejó hacer, ahormándose ahora a mis dedos que se ceñían a su piel color burdeos con el mismo rigor con que lo hiciera ésta, hacía escasos instantes, en torno al tobillo de su dueña. Brotaron risas de compromiso y cierta sombra de arrobamiento que veló su mirada neutra, ligeramente cordial. Desapareció con sus dos zapatos, sorteando charcos sobre su bicicleta de alquiler y dejando tras de sí un principio sin su fin: Una bonita historia definitivamente inconclusa. Efimera por perecedera. Perecedera por previsible.

domingo, octubre 15, 2006

Elisabethtown

"Elisabethtown". ¿Es el nombre de la chica? ¿Su apodo? No, es el nombre de un lugar. El pretexto que nos lleva a la chica: Claire. Porque siempre, siempre, siempre hay una chica (o un chico), no lo duden.

Elisabethtown ha sido escrita y dirigida por Cameron Crowe (Jerry Maguire, Vanlilla Sky,...), que tambien la produce junto a Tom Cruise y Paula Wagner. Ha sido su última criatura y en ella nos guía de la mano por una suerte de viaje iniciatico, algo errabundo y caótico (la trama a veces parece recrearse en pasajes intrascendentes y forzados), por el que Drew Baylor (Orlando Bloom) deberá transitar en la búsqueda de sus raíces familiares. El pretexto: el fallecimiento de su padre; La consecuencia: Claire (Kirsten Dunst); El destino: "Elisabethtown. El lugar donde todo empezó, el hogar al que acude el desamparado que ansía hacer tabula rasa y empezar de cero. Con esa tesitura llega Drew a la ciudad donde se crió su padre, huyendo de un fracaso laboral sin precendentes, hundido y terriblemente desorientado. En definitiva, botella irremediablemente medio vacía. Por el camino Claire, la azafata de una compañía aérea que cubre, entre otros, el desangelado vuelo que debe tomar Drew. Lo demás hay que verlo. A recordar: la interminable y reveladora llamada telefónica entre Claire y Drew. Su cita de madrugada, movil en mano, para ver juntos el amanecer. Un viaje guiado por un mapa maravilloso, el inolvidable panegírico de Susan Sarandon (la madre de Drew),...

Con todo, frases como :"Haz que se pregunten por qué sigues sonriendo, esa es la autentica grandeza" o "Aquellos que arriesgan ganan", y canciones como "It'll all work out" de Tom Petty, o "Come pick me up" de Ryan Adams (entre otras muchas, me encanta la banda sonora) hacen de esta, sino la mejor película de Crowe (que no lo es), si por lo menos una con el inconfundible marchamo de la casa, que ya es mucho.

Ahora que lo pienso hay algo de Carrie en esa Claire. La botella siempre medio llena; la vida por encima de todas las cosas, apesar de la vida misma; una ofrenda torrencial e inagotable de matices renovados, arrancados de la realidad tan solo para devolverlos notablemente mejorados; siempre una segunda o tercera lectura más audaz y certera si cabe; siempre las circunstancias sometidas al tamiz insaciable de sus ojos, que esperan. Sí, la verdad es que sus ojos siempre parecen esperarte, alentando al rezagado desde algún recodo del camino mientras estudian la hermosa disposición de las nubes o uno de tantos amaneceres; saboreando la creación bajo la sombra del árbol de la ciencia. Sus ojos, que parecen esperarte condescendientes, llenos de paz, conocedores de la medida exacta de todo cuanto habita en el corazón de los hombres, son como heraldos de un mensaje secreto que arde profundo, cifrado, sellado y sepulto en el centro la Tierra.