domingo, agosto 26, 2007

El pecado de ser yo

"Como cualquier otro hombre , no soy culpable del crimen del que me acusan, sino del crimen que mi propio corazón estaba condenado a cometer... ...Si soy un monstruo, soy un monstruo dormido. Un monstruo que tal vez ya nunca despierte. Y he aquí el único consuelo, pensó trífero. Quien cometió el crimen dormido y dormido recibió el castigo, tal vez pueda seguir durmiendo durante los años que dure la condena. Y al final, cuando llegue el día, al contrario que el resto de los hombres, no tendrá más que pasar plácidamente de este sueño al otro."

Ray Loriga - Trífero -


Paseando por el boulevard de sombras donde nos despedimos me distraigo leyendo el cielo como quien lee la prensa diaria o las manos de los niños que no acaban de crecer. Por unas monedas accedo a hablarles de tí a los turistas, sentado en el bordillo de las aceras, justo donde tú ejercitabas equilibrios de niña díscola y desgranabas malabares arriesgados con mi corazón. Me sonríen y me hacen fotos y yo comprendo, casi agradezco, que no me entiendan y que al cabo de unos minutos me sustituyan por el pórtico de alguna catedral.
Hoy el cielo, como ayer, permanece sumido en una gris y enigmática cerrazón. Sin novedad, pués, en el horizonte, me digo mientras enciendo uno de esos cigarrillos que tu fumabas entonces sorteando mis reproches, infantiles como balas de algodón.
En la vieja estación ya nadie sube a nuestros trenes y algunas tardes me entretengo recogiendo los pasos que los viajeros abandonan en sus correrías por los andenes, y juego a confeccionar collares de lágrimas que nadie me compra y corro delante de nuestro jefe de estación después de recordarle a voz en grito que besarse no es dar ningún espectáculo. Y pierdo el aliento y un poco la compostura y la memoria casi toda. Sigue en mi boca, eso sí no ha cambiado, el sabor metálico de la sangre que los médicos no ven. Mis besos tampoco delatan esa herida que no encuentro y que no cierra. Y mis manos, encerradas a cal y canto en mis bolsillos tristes, siguen sin encontrar aliciente en los ejercicios mundanos que tan a poco les saben desde que aprendieron a leerte la piel con el oficio de los viejos marinos. Y hoy no sé si es jueves o es martes. Y sí, recuerdo tu nombre. Y no, no me arrepiento de nada.

sábado, agosto 25, 2007

Noches aún más extrañas


Vuelvo a despertarme en mitad de la noche. Resucito esta vez, mas allá de las cuatro. Sacudo la cabeza sin sacudirla; una suerte de terapia casera e inutil que pretende desmontar las piezas del puzzle antes de que se unan para formar paisajes del norte de Europa que no quiero recordar; he visto muchas fotos de allí arriba, pero en mis horas de sombra, cuando me adentro en mi universo de sombra, solo consigo ver dos. Esas dos fotos en las que salís tan guapos y tan viajados y que en realidad son cuatro: las dos del antes de saber lo que pasó y las dos de después. Y, ¿sabes? es cierto eso de que una misma imagen se vuelve completamente diferente cuando la miras con ojos diferentes, como esos cuadros tan ingeniosos y surrealistas en que basta un cambio de perspectiva para descubrir unos labios donde antes solo había un sofá, o al revés. Sea como fuere, ahora solo consigo ver el sofá y, a lo sumo, a mí sentado en él, algo más viejo, algo más cansado, y algo más solo, internándome unas cuantas yardas en la espesura de mi bosque de sombras. Aqui todo es bosque bajo y denso y las ideas, como los recuerdos, se me pierden prendidas entre las ramas, de modo que para cuando consigo encontrar el camino de vuelta me doy cuenta de que estaba perdido y no sabía por dónde empezar a buscarlo; de que ha sido un hallazgo fortuito quizá fruto de alguna intuición animal, algo no deliberado, y que, después de todo, podría explicar mi suerte. Así las cosas, aún confundido y desorientado, he dado con la senda que lleva a mi rincón. La maleza había desdibujado los márgenes del camino y ahora todo es más oscuro porque algunos árboles que no recordaba han crecido demasiado y escamotean entre su fronda la luz del sol, pero reconozco el lugar en cuanto empiezo a formar parte de él, nuevamente. Aquí nada ni nadie puede hacerme daño, replegado entre la hojarasca desatada por mil tormentas. Aqui no hay voces que hagan abrir los ojos a los muertos, ni ojos que atiplen las voces de los vivos, ni, por supuesto, caricias de manos hábiles que deshagan todos los nudos. Aqui solo yacen infinitas capas de silencio con las que voy cubriéndome lentamente mientras le canto una nana al niño que ya no se esconde, aqui no.

Pero todo esto tan solo acontece en mis horas de sombra, cuando me adentro en mi universo de sombra, me digo. Hay días en que mis pasos se abren a los claros más tímidos del bosque, me digo también. Pero en todos ellos, ya ves, me sigues faltando tú.

viernes, agosto 24, 2007

noches extrañas

Son las dos de la mañana. Algo más tarde en realidad. No consigo conciliar el sueño; no consigo conciliar nada últimamente. Esta noche no debería ser diferente de otras noches, pero esta noche no se parece a ninguna otra. En la radio no dicen nada que no vuelvan a repetir mañana y que no hayan repetido ya hasta la saciedad, una y otra vez, como si a el desvelo de mi condena ahora se sumase la pena de revivirlo todo, de recordarlo todo, ¡yo!, que nunca recordé nada de cuanto quise recordar. Hay un frío extraño en la habitación desde que mi gato murió, desde que no espera, hecho un ovillo sobre su baúl, esas extrañas visitas mías de fantasma desorientado que se abisma frente al monitor durante horas, todas las noches, suplantando el calor de un amigo que sencillamente no está. Yo creo que se hartó de tanta soledad, de mis caricias tan poco pródigas, de mis intempestivas visitas al ordenador que preside y reina este cuarto y con el que , por fin lo había comprendido, nunca pudo competir. Se fue con el mismo sigilo que gobernaron sus días de convidado de piedra. Y me dejó aqui, y ahora, quizá para recordarme que todos se van, incluso los que se quedan.

jueves, agosto 16, 2007

Efecto Zeigarnik

" El médico dice que el efecto Zeigarnik se centra en las motivaciones de terminación. El médico dice que la evocación de las tareas interrumpidas es sin ninguna duda mejor que la de las tareas terminadas.
El médico dice que las tensiones residuales favorecen la retención.
El médico no lo sabe, pero ahora parece seguro que es por culpa del efecto Zeigarnik por lo que, a pesar de todo, aún recuerdo tu nombre."


Ray Loriga - "Tokio ya no nos quiere"

miércoles, agosto 08, 2007

"Almost blue"

La puerta se deshizo en quejumbrosas e imaginarias genuflexiones a su llegada, cuando le franqueó el paso tras girar sobre sus goznes. El tintineo alegre de las llaves sobre el cenicero que reposaba en la mesita del vestíbulo también parecía responder a una coreografía repetida miles de veces, una suerte de preludio exclusivamente consagrado al descanso del guerrero. Dejó las maletas en el suelo y la bolsa de mano sobre el sofá del salón. Nadie estaba en casa; el silencio no podía ser menos elocuente. Decidió que aquel era un momento perfecto para alegrar el cuerpo. Solo una, nada más. Sin encender las luces se dirigió a la cocina. Hielo y un poco de bourbon de su destilería escocesa preferida. Aflojó el nudo de su corbata de nubes: una excentricidad sin más explicación que el amor de una cria de doce años que ahorró lo suficiente para su cumpleaños. Se deshizo de su americana lanzándola sobre el respaldo del mismo sillón y salió a la terraza con el vaso de trago largo en la mano izquierda y un cigarrillo de los que todavía permanecían en su escondrijo de la despensa en la derecha. Julia debía tener guardia aquella noche y seguramente le habría dejado alguna de sus famosas notas de colores en alguna parte, luego la buscaría. Los crios con los suegros con toda seguridad. Sopesó la posibilidad de llamarlos para darles las buenas noches justo antes de que su Omega Seamaster Professional 300 M le disuadiera de lo intempestivo de semejante decisión. Ahora, contra todo pronóstico, la noche entera para él, acodado en el antepecho de la terraza. Ecos extraños de su ciudad entreverados por los de otras ciudades aún más extraños que todavía reverberaban en su cabeza. Enciende el cigarrillo con una de las cerillas del Continental que todavía andan por sus bolsillos y se sienta en el suelo dando la espalda a los balaustres, inhalando la primera bocanada de humo desde que llegó a Madrid. Suena Chet Baker en el piso de al lado, concretamente "It's always you". Parece que los vecinos están celebrando una de esas fiestas deliberadamente poco pretenciosas que siempre le han parecido ridículas, precisamente porque acaban resultando demasiado pretenciosas. Algo así como las bodas que se preveen y anuncian íntimas y acaban congregando a cientos de invitados. Las bodas, su boda...Ya no recordaba nada de cuanto Julia creía compartir en ese imaginario íntimo que las parejas cultivan durante su existencia. A veces una pregunta comprometida había estado a punto de poner al descubierto esa carencia imperdonable y solo una rápida ocurrencia o una socorrida galantería (que por trasnochada ya resultaba cómica también) habían evitado un desastre mayor.
Se oyen voces de gente conversando. El ruido que los grupos humanos generan a su alrededor a veces puede llegar a ser verdaderamente insufrible. Eso mismo debe pensar la chica que ahora ha salido a la terraza. Parece joven, la oscuridad no permite aventurar si demasiado. Cierra la puerta corredera tras de sí y el ruido vuelve a difuminarse como el rumor de un río que perdura tenuemente mientras se aleja. La muchacha parece aguardar en la penumbra el veredicto de un juicio sumario. La brasa de su cigarrillo ilumina un instante su rostro que se revela cansado y grave. Avanza hasta acodarse en el antepecho de la azotea y exhala un par de bocanadas de humo justo antes de deshecerse en un mar de sollozos que apenas puede sofocar tapándose la boca con el dorso de la mano. Se oyen risas y aplausos y de nuevo una risa de mujer que, desacompasada y estentórea, se impone al resto del grupo. El bueno de Chet Ha pasado de "My funny Valentine" a "Almost blue" y algo parece retorcerse dentro de la joven de la terraza, inclinada y convulsa. Alguien, una sombra de hechuras masculinas, se asoma a la terraza y la reclama en un aparte cariñoso y complice. El hombre, que le recuerda a su vecino, se acerca susurrante a la muchacha, esgrimiendo un tono de voz conciliador que apenas se muestra recriminatorio en un par de tímidas ocasiones. La muchacha vuelve el rostro cuando las manos del hombre lo buscan y esa caricia se pierde en el aire frio de la noche como todas las promesas acaban perdiendo las esperanzas que las alientan. La muchacha se limpia la cara con un kleenex que aparece como por ensalmo y vuelve a entrar en el piso de forma apresurada. El hombre mira al cielo y hunde los hombros; se gira y descubre a su vecino sentado ahí al lado, en silencio, presenciando esa escena absurda entre sombras que apenas permiten adivinar la conjura de cábalas que andarán a tientas por su cabeza. Aparta la mirada que se intuye vehemente y decide aguardar unos segundos antes de recomponer el porte (de anfitrión al menos) y sumarse a la fiesta.
El hielo parece quebrarse en un llanto interminable mientras se deshace ahora, en este silencio casi perfecto, inaudible, a buen seguro, para todo bebedor impaciente. Será mejor entrar y prepararse otra copa, resuelve, mientras comprueba lo mal que combinan la edad de sus articulaciones y determinadas posturas, y lo bien que combina con todo la trompeta del viejo Chet.





Almost blue

Almost doing things we used to do

There's a girl here and she's almost you

Almost

All the things that your eyes once promised

I see in hers too

Now your eyes are red from crying


Almost blue

Flirting with this disaster became me

It named me as the fool who only aimed to be


Almost blue

It's almost touching it will almost do

There's a part of me that's always true... always

Not all good things come to an end now, it is only a chosen few

I have seen such an unhappy couple


Almost me

Almost you

Almost blue

miércoles, agosto 01, 2007

lluvia



Frente a tu puerta el tiempo pasa sin censuras. Pienso en esta frase ahora, frente a tu puerta, sin censuras, sin estar muy seguro del sentido que semejante revelación me depara. Estoy bien. Hay un gato empapado en tu puerta; parece asustado. Siento que esta es la última parada. Mi tristeza ya no encuentra divertimento entre los muros desangelados que ocultaron nuestras risas, se acabó el peregrinaje por todos nuestros rincones mendigando esa dicha incontenible que nos transfiguraba entonces. Hace frío. Yo no lo siento; no siento nada. Pero sé que hace frío. La gente corre a guarecerse bajo los soportales embozados en su ropa de abrigo, se apuran por entrar en los bares sin reparar en la tétrica luz que los uniforma a todos. Bajo esta lluvia endemoniada hay una luz de artificio que no sé bien de dónde habrá salido pero que me acompaña, creo, siempre que pienso en ti. Por eso estoy aqui, en parte. Seguro que tu la hubieras relacionado con algún cuadro de Patinir o de algún prerrafaelita. Adorabas a los prerrafaelitas, sobretodo a Rossetti. Yo nunca supe ni quise saber nada de ese Rossetti. Intuía en el fondo que nombres como ese serían los que te llevarían lejos, muy lejos de aquí. De tu ventana hace tiempo que no escapa ninguna luz, ningún ruido, nada de música ni siquiera tu voz canturreando estribillos absurdos e inventados. A lo sumo la voz de tu madre cuando le habla al canario. Eso me ha hecho gracia. Estoy empapado. He decidido esperar bajo tu ventana, todos los días, a diferentes horas, en parte por si apareces y en parte porque, a base de recorrer nuestro itinerario íntimo, he acabado por aceptar que no tengo a donde ir. Los chicos siguen con sus partidas de dardos cuando salimos del taller. Henry va a tener un crio con Dora. Dora todavía me pregunta por tí. Hace tres días que no deja de llover. Me pregunto si ese gato llevará ahí tres días esperando; esperándote. Tu madre todavía te hace en Seattle (que dicho sea de paso es conocida como la rainy city, la ciudad de la lluvia, aunque allí, en realidad, no llueva tanto como en otras ciudades americanas) de allí aseguran que nunca volviste, quienes mas te quieren y tienen la esperanza de verte pronto, como Dora, y me cuentan que allí permaneces gozando de esa oportunidad que tu ciudad no te brindó. Luego están esos otros que como yo, reacio a los finales felices, te creen sencillamente muerta. Observo tu puerta; madera humedecida y filigrana de hierro forjado con forma de rosas. No me parece la puerta de una muerta; Hoy estoy aqui porque necesito pensar que no lo estás, que nunca has estado muerta, quizás sigues presa de alguna mala racha que te retiene donde quiera que estés, persiguiendo alguno de los sueños que apenas consentías en compartir conmigo cuando bajabas la guardia. Como en nuestras noches de azotea y cerveza helada, ¿recuerdas?, jugaba con tu pelo y hacía esfuerzos por seguirte mientras tú divagabas con los ojos llenos de imágenes que yo nunca vería. Algunas personas sencillamente no tenemos sueños que perseguir. Me encontré con tu madre en la esquina de la 73 con Columbus. La semana pasada. Salía de Mama Joyce's del brazo de un hombretón que no era tu padre, porque a tu padre (le recuerdo bien a pesar de que las únicas veces que lo había visto fue tumbado en el sofá del salón, bebiendo cerveza y gesticulando frente al televisor) desde el escorzo retrospectivo en que le contemplo, bien es cierto, resultaba un cuerpo contrahecho y con sobrepeso que posiblemente no le hacía justicia, pero que en nada se parecía al que viera entonces con tu madre: tan ufano y cariñoso como bien parecido, atento y con la torpeza mal disimulada de los cuerpos robustos que se resisten a envejecer. Tu madre nunca me quiso bien pero yo sigo velando por ella, porque sé que tu así lo querrías si pudieses llamarme y reunieses el valor para pedirme un último favor. Me gustó ese tipo, y a tu madre se la veía feliz de su brazo. A veces la llamo para preguntarle cómo está de lo suyo, pero últimamente se niega a hablar conmigo. ¿Otra vez tú?, me dice, déjanos en paz, ya has hecho bastante daño en esta casa. Sigue culpándome de tu desaparición, imagino. Como Norman, que va va a vender el local y los chicos andan como locos porque es toda una institución. También él me negó la entrada durante todo un año hasta que los chicos le convencieron para que dejara de hacerlo. No importa; odio los dardos. Hay quien confunde los papeles de la víctima y el verdugo, como quien confunde los colores. De todos modos nunca me importó demasiado el papel que me tocó asumir en esta película nuestra. En el fondo mi culpa es un armario enorme donde cabe la culpa de todos los demás. El gato permanece a resguardo en el portal, mirándome como si aguardara mi entrada. Los charcos le asedian por todos los flancos. Seguramente se pregunta si no habría entrado ya de no ser esta una lluvia mucho menos pertinaz y ligera que la que baña a diario las calles de Seattle. ¿Estará lloviendo en Seattle? Aqui siempre llueve, llueve todos los días desde que te fuiste.