sábado, agosto 15, 2009

Se busca.





Decidió esperar un poco mas, con las llaves en la mano, y la compra amontonada, tibia y mansa, junto a sus pies. La puerta que tantas veces había franqueado con la cabeza nimbada de brumas se erguía ahora con la tangibilidad de una isla desconocida, una de esas islas que descubre incrédulo nuestro mascarón de proa cuando los últimos jirones de niebla se hacen a un lado y el cielo se muestra apacible, de un azul inclasificable que nos reconcilia con el mundo. Sopesó por un instante la posibilidad de dejarlo todo, dar media vuelta y buscar esa isla, pero su cabeza seguía meciéndose en el interior de un mercante de rumbos adocenados. Demasiada niebla alrededor.
El perro de Norman lloriqueaba inquieto al otro lado del rellano, desgranando pequeños aullidos que el miedo entrecortaba, como si intuyera ese mundo que se desplegaba indolente mas allá de su portal y de los insulsos paseos de quince minutos entorno a la manzana. Recordó entonces las miradas alambicadas con que los extraños se interrogan en las salas de espera de los consultorios, en los vagones de metro, en todos los ascensores y se hizo un claro en el horizonte. Intentó imaginar el sabor de los besos que no se pueden medir ni juzgar, la cara de Sally cuando tropezara al día siguiente con la compra, o la de Norman cuando no encontrara a su perro al llegar a casa. Intentó imaginar todo eso y no pudo por menos que reír.

jueves, agosto 13, 2009

domingo, agosto 02, 2009

Divisadero


Cuando te dispones a saltar desde la azotea de un edificio ya nada resulta en esencia descabellado. Finges disponer de una nueva perspectiva. Te tomas tu tiempo, todo ese tiempo que a todo el mundo le sabe a poco y con el que tú nunca has sabido muy bien que hacer. Te descalzas y balanceas los pies desde la cornisa que, has decidido, va a ser el último divisadero. Las gaviotas aquí no hacen preguntas, se limitan a sobrevolar la azotea, ondeando sobre tu cabeza como banderas sin dueño y algo dentro de ti quisiera pedir algo, tímidamente, como si todavía fuese posible y existiese alguien tras las nubes dispuesto a escuchar.
Ahí abajo todo es un ir y venir de falsos pintores de amaneceres. Yo me quedo aquí, con mis gaviotas enfurecidas y mis naturalezas muertas.
Sopla una brisa densa y expansiva que intenta congraciarme con el mundo. No sabría decir de dónde viene. Nunca he pretendido comprender. Al viento, como a todo, no se le comprende poniéndole un nombre. Campanean mis pies a cada envite y yo los miro como si ya no me perteneciesen, como si ya hubiesen dado ese último paso que no me decido a dar.
Ahí abajo estarás tú también, pienso, atareada como el resto de esas hormigas que desaparecen tras las esquinas, que cruzan apresuradas los pasos de cebra y acarician sus telefonos móviles como si fuesen reliquias de un viejo amor. Ojalá pudieras ver todo esto. Seguro que tendrías algo que decir. Tú siempre sabes qué decir. Las palabras pacen en mi pecho como corderos que ignoran su suerte. Tu lo intuyes. Yo lo sé.
Sopla el viento sin nombre. Las gaviotas callan y observan. Mis pies ya han resuelto ir tras sus pasos.