viernes, junio 18, 2010

Los viernes por la tarde


Los viernes ya no son lo que eran. Ahora quizás mucho menos que antes, cuando unas lágrimas pueden calarte hasta los huesos en pleno mes de junio y tres canciones que ya conoces juegan al padel con tu corazón. El chico de la gorra siempre acaba por arrancarte un par de monedas los viernes por la tarde, cuando vierte esa ponzoña dulzona en tus oidos con ese inglés meloso y esa voz tan triste con la que sueñan las mujeres tristes que se sientan a mi lado.

Lo mejor de ti, un viernes por la tarde, son esas tres canciones que ya conoces y esperas con el ánimo encogido, como cuando eres pequeño y tu padre te sostiene entre sus brazos y juega a dejarte caer y tú finges que la caída es una posibilidad real, tan real como esas letras en inglés con acento argentino que se abren paso mansamente entre los vagones con la vana esperanza de sacudir conciencias y monederos.

El chico de la gorra de pescador siempe canta Aleluya, Wonderful world y Angel. En este orden. A veces solo las dos primeras y otras veces, cuando nota que el auditorio le sigue, añade (con esa puta condescendencia con que te venden la vida los argentinos que saben cantar) la de Robie Williams. Es un regalo cuando él la canta. La gente que coge el tren a esa hora lo sabe. Pero hay gente que también regala cuchillos, y hay viernes por la tarde en que preferirías ver el cuchillo, sin más.