jueves, diciembre 26, 2013

Y no esperar nada

Pasan los días sin reproches. Son días de cloroformo, días que nadie recordará ni echará en falta cuando mire atrás. Permanezco instalado en mi atalaya gris, mimetizado con los ritmos de un grupo que me ha adoptado sin saberlo, alimentandome de las miradas que la gente desperdicia y de sonrisas que tan solo fulgen en mi imaginacion. Es navidad y yo sigo abrazado a un cadaver que no quiero enterrar. Arrumbado en la cuneta de una carretera que ya no figura en ningún mapa. Ya no quedan apenas recuerdos con que alimentar esta hoguera. Nadie nos busca. Nadie nos encontrará.

sábado, febrero 23, 2013

domingo, febrero 10, 2013

Escribo esto desde el Ateneo, un lugar lleno de viejos que sestean frente a periódicos y cafés y algún que otro crío que se empecina en corretear entre las mesas, en arrancar una palabra a quienes ya no tenemos nada que decir. Los domingos por la mañana vengo aquí y busco algún rincón en que poder vegetar a gusto durante un par de horas. No siempre, solo las mañanas grises, como esta, que parecen hermanarme con los parroquianos del Ateneo, que me miran displicentes, algunos, recelosos todos, cuando entro por la puerta trasera en un vano intento de evitar todas sus miradas tristes y herrumbrosas que paulatinamente se prodigan en cuanto reparan en mí. A pesar de todos estos años, sigo siendo el elefante azul de la manada. "No podemos librarnos de ti...", parecen querer decirme,"...pero si podemos ignorarte". Y a eso vengo en mañanas como esta al café para viejos elefantes del Ateneo; a que me ignoren; a sentir el gélido abrazo del grupo de los no-muertos que se encogen de hombros por toda respuesta cuando entre ellos se interpelan y vuelven sus cabezas hacia mi, y se resignan a verme ocupar uno de sus asientos del santuario, quién sabe si uno de esos espacios que siempre acaban perteneciendo secretamente a alguien que tuvo mucha más historia que yo. El Ateneo es uno de esos espacios diáfanos sembrado de mesas y sillas de fórmica, con juegos de naipes mugrientos repartidos por todos lados. También cuenta con una mesa de billar y un futbolín que no recuerdo haber visto utilizar a nadie.  Hay una gran barra a la izquierda, conforme se entra desde la entrada del mar y una vieja tele, a la derecha,que siempre está conectada, entronada sobre una extraña peana de corte piramidal que se alza desde el suelo. Al fondo, un pasillo flanqueado por un puñado de cuadros horrendos desemboca en los lavabos y en las escaleras que llevan a los pisos superiores, donde se imparten clases de baile y se organizan, imagino, todo tipo de cursos absurdos y eventos populares. Los viejos vienen aquí y hacen recuento de los vivos, y eso es todo lo que importa en un lugar como este. Yo solo soy el fantasma de los domingos. No todos. Solo los domingos grises como este en que desearía ser un elefante más de la manada.