miércoles, agosto 09, 2006

Espejito, espejito.

Mrs. M lo comprendió enseguida. Lo notó en la piel. Aquel no era un espejo común. Pasó por alto la abigarrada composición del marco, su diseño de camerino circense con todos aquellos astros en relieve. Ni siquiera se atrevió a mencionar la desproporción de su tamaño. Tan sólo se abismó en las simas de azogue persiguiendo el reflejo de aquellos ojos que apenas un instante se habían cruzado con los suyos. Allí dentro había alguien.
Mrs D. y yo no notamos nada de todo aquello. Mrs. D todavía no nota nada porque se haya bajo los efectos de su recién estrenado matrimonio, y todo el mundo sabe que nada es perceptible para el recién casado, para cuyos sentidos tan sólo es real el influjo del ser amado. En cuanto a mí...,bueno, digamos que tengo mis sospechas pero nunca he sido una persona muy despierta, así que, en realidad nunca he notado la presencia de quien habita en su interior. No hemos vuelto a mencionar la existencia de ese espejo, que permanece en la sala de vistas del juzgado. Se niega a marcharse y nadie parece encontrar un espacio adecuado para él. No quiso que lo abandonase en la calle aquel día. Me obligo a traerlo al juzgado, algo enojado, empeñado en encontrar un nuevo hogar, en no terminar sus días en un camión de trastos viejos. Ahora siempre que entro en la sala espero no verlo ahí, apoyado junto a los ventanales, mudo y sordo a todos mis ruegos. Sigue sin devolverme el reflejo enpeñado como está en sabotear todos mis intentos de reconciliación. Le digo que de seguir así nadie querrá hacerse con sus servicios, que no hay modo de explicar por qué un espejo no refleja a quien se mira en él. Pero nadie me responde. Tan solo silencio y un espejo vacio, como una ventana.

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