martes, octubre 24, 2006

sin zapato


Veniamos ya de vuelta, tratando de atenuar la sonrisa, de apresurar el paso, de sujetar la costumbre. Veniamos, en definitiva, con al aire resuelto de quienes transigen y aceptan y ocultan, sabedores de todo cuanto nos aguardaba, postergando para mejor ocasión la locura que consume nuestras horas nuevas. En estas nos hallábamos, como náufragos recien salidos de nuestro océano de requiebros y embelecos, recomponiéndonos al pie de un semáforo, cuando apareció ella y nos dejó su zapato. Una suerte de cenicienta teutona, grande y pelirroja, cruzó la calle cariacontecida, a horcajadas sobre su bicicleta. Dejó tras de sí su zapato y un reguero de vergüenza absurda que amenazaba con prender como polvora cuando me ofrecí sin más a recogerlo. Desamparada e inerte sobre aquel paso de cebra, yacía, rojo sobre blanco, una manoletina desconcertada en su recién estrenada unicidad. Deshechó cualquier tentativa de confraternización y simplemente se dejó hacer, ahormándose ahora a mis dedos que se ceñían a su piel color burdeos con el mismo rigor con que lo hiciera ésta, hacía escasos instantes, en torno al tobillo de su dueña. Brotaron risas de compromiso y cierta sombra de arrobamiento que veló su mirada neutra, ligeramente cordial. Desapareció con sus dos zapatos, sorteando charcos sobre su bicicleta de alquiler y dejando tras de sí un principio sin su fin: Una bonita historia definitivamente inconclusa. Efimera por perecedera. Perecedera por previsible.

No hay comentarios.: