domingo, abril 29, 2007

domingo, abril 22, 2007

Papá Tomeu

Me enviaste un mail para decirme que ya te manejas con cierta soltura por la red. Que la nuestra va a ser una cercanía reconquistada a golpe de tecla y de ratón. Voy a ser padre, me dijistes también, ¿Cómo lo ves? Y ya no vi nada durante unos instantes.
Confieso que sentí cierto vértigo y que me descubristes un nuevo mundo de soledades sutiles con esas cuatro palabras detonadas a bocajarro. Tú, un hijo. De verás que me alegro, viejo amigo, tan sólo dame un respiro; nada, tres segundos, cinco, mejor diez. Ya. Perdona esta zozobra mía, nada esconde, nada malo, es que te imagino con un crio en brazos y...no sé yo. De repente el mundo me parece un sitio mejor, más joven, o yo más viejo y desubicado. Y así me dejas, con cierta ligereza sobre los hombros, una extraña alegría, un sabor nuevo que no consigo identificar. Hazme un favor, no le llames Alfredo, podría salirte rarito. Voy a por el Bourbon.

jueves, abril 19, 2007

A mi flaca de manos frias



"Hay una alegría extraña en saber que aún podemos estar tristes. Significa, entre otras cosas, que no estamos perdidos."

- Mario Benedetti - "Ausencias", de Buzón de tiempo



Hoy has venido a verme. Sé que pensarás que soy un iluso, un romántico sin remedio, pero te hacía bien lejos. Tan lejos creí que estabas, tan ausente, que ya no acertaban mis recuerdos a ponerle cerco a los tuyos. Sonó el timbre un par de veces con estridencias lánguidas que nunca le conocí y apareciste tú; ante mi puerta gris y descreida, aureolada por su desvencijado marco historiado de mil preguntas que, bien lo sé, jamás ibas a formular. Has vuelto a encontrarme a pesar de mis renuncias y mi resuelta convicción de niño resabiado a no franquearte de nuevo la entrada, a no violentar con mis labios el pulso que se trasluce en tus sienes de vainilla fría y desaforada, a no recoger tu abrigo ni a dibujar ese gesto que me desarma y me traduce al lenguaje de tus ojos y en el que mi brazo te acoge plegando cortinas de aire para que tus pasos se pierdan en mis estancias, que ya son tuyas.
Trastabillando te internas en el salón, tímidamente, como si nunca hubieses conocido el escenario de mis tormentas humildes, eludiendo educadamente (acaso postergando) el beso que nunca quiero darte y que siempre te doy. La luz que guardo en mis bolsillos y que me raciono con deliberada usura, es luz de crepúsculo baldío, apenas sí me permite distinguir tu rostro delicado y anguloso; tu melena oscura como lluvia arcana, serena, la frente perlada de tanta incertidumbre como te he dado y esas manos tuyas, siempre tan frías, tan llenas de verdades rotundas que nunca escucho, y que ahora penden desangeladas y blandas, triscando tibias entre las mías. Y todo esto para qué, flaca, tanta búsqueda y desesperanza si aquí me tienes de nuevo, inerme, cansado, confundido, dejándome hacer mientras tiras de ellas y me llevas al sillón que custodia nuestra ventana. Tu ventana. Me sientas. Te siento. Mis ojos cabrillean sobre las nervaduras de cobalto que se adivinan en tu pecho, siempre cubierto de ese níveo papel de biblia que te viste entera. Trato de ganar tiempo antes de fundirme en el azogue de tu mirada que inquiere moralejas que nunca adivino. Así, poco a poco, me iré acostumbrando otra vez a tus caricias, a tus abrazos; ¡que bueno tenerte aquí, flaca!, pienso que adivinas que pienso, meciéndonos los dos una vez más, velándonos el sueño mutuamente.




sábado, abril 07, 2007

¿Quien posee a quien?



INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ


Julio Cortázar


Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.


Instrucciones para dar cuerda al reloj

Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa

viernes, abril 06, 2007

Ernesto no me aburras

"Nadie elige su amor sólo a partir de lo que tiene ante los ojos: todos, en realidad, elegimos nuestros amores en términos del espacio futuro que nos creemos capaces de llenar con ellos. No elegimos nuestros amores a partir de realidades sino a partir de irrealidades y de esperanzas."

Álvaro Pombo, El cielo raso.
"...Hasta aquí llegamos". Esas mismas palabras, u otras de muy parecida índole, se dijo Ernesto una tarde de nubes especialmente ociosas, quien sabe si movido por su innegable inclinación al melodrama o por el certero golpe de gracia que asestaron a su melodramático corazón las últimas palabras de Desideria Cormazán: "No es que no te quiera; es que me aburres", -y acto seguido (imponderable el efecto de sus precipitados pensamientos, ahora lo sé) añadió: "y si lo hicieras tan sólo un instante, si el tuyo fuera uno de esos aburrimientos pasajeros que apenas turban los sentidos que porfían en asirse al objeto de nuestras más íntimas veneraciones; si el tedio que me produces, que es inmenso, fuese tan sólo fruto de tu conversación o de los cauces con que gobiernas cuanto fluye por tus labios de buhonero impenitente o de tu eterna pose indolente que nunca he sabido a qué narices responde, ¡Ernesto por dios!, o a caso fuese tan sólo este ingente, omnímodo e insoslayable hastío que conozco desde que te conozco, un engaño, un espejismo con que el cansancio de mi jornada o mi natural intransigente pretende apartarme de la realidad; si alguna de estas hipotéticas justificaciones tuviera el menor viso de credibilidad en que depositar pudiera mis últimas esperanzas para salvar el poco crédito que de ti guardo, si fuesen capaces de entreabrir cualquiera de las innumerables puertas que conducen a la duda razonable que tanto ansío, si así y sólo así fuera, llegado este punto en que toca dar paso a las verdades del barquero, temblaría mi voz; y fíjate que no tiembla, Ernesto, fíjate bien que ni si quiera me tiembla el pulso cuando levanto la mano (con ganas de meterte un buen par de bofetones, ¡Qué harta me tienes, Dios!). Sólo así (¡Repito!, ¡Y no se te ocurra interrumpirme Ernesto!) hubiera alargado, quien sabe si horas o días o meses lo que ahora comprendo que no puedo postergar ni un segundo más, sabiendo como sé, desde el mismo momento en que te besé, que eres indeciblemente aburrido, Ernesto, Ernestito, incluso cuando besas."

Silencio. Durante el transcurso de siete largos, interminables minutos, Desideria Cormazán se limitó a resollar agitadamente y a recomponer el porte desmoronado ya para siempre a los ojos de Ernesto. Éste sostuvo su mirada el tiempo necesario para cerciorarse de que no habría más, de que aquellas iban a ser las últimas palabras de la frenética diatriba con que Desideria Cormazán correspondía a sus meses de vanos requiebros, a todas las flores y ferreros rocher (malgastados para siempre, ahora lo sabía, lástima), a las llamadas perdidas, a las flexiones matutinas y la seda dental, y el desodorante ese tan caro que le reportaba, creía entonces, cierta aura de agente secreto con licencia para matar (¡ay Dios!, de aburrimiento al parecer). Adios a todo en definitiva y en concreto a sus innumerables noches en vela tejiendo versos que vistieran el abismo de silencio e indiferencia con que su amada parecía distanciarse (ahora más que nunca) del mundo entero.

"No hay forma de arreglar esto"- pensó Ernesto mientras, confuso y ligeramente contrariado, apuraba su café y se disponía a recoger velas. Ya en la entrada, paralizado como por efecto de una revelación mariana se giró con una vehemencia que nadie jamás le volvería a conocer:
-"¡Anda y que te divierta tu puta madre!

lunes, abril 02, 2007

La hora del final

"La hora del final. Oigo más cerca el reloj que la va a dar. Me intriga, no me aflige demasiado. Es mi modo de elevarme un poco por encima de lo vulgar, de mi, a quien duele mucho e intriga poco. Cosas, lugares, incluso afectos, a partir de cierta edad no pertenecen a la realidad, sino a la memoria, donde su destino ya sólo es de cada cual. Sin embargo hay una desesperación mansa en nosotros por no haber realizado, no exactamente lo que se llama "el sueño", porque tener un "sueño" ya es saber lo que es, sino lo que trajera la paz por haber agotado todo lo posible, lo que en nosotros quiere responder a una voz incierta que nos habla y no conseguimos escuchar, que habla pero no sabemos de qué. Tengo en mi más posibilidades que todas las realizaciones que haya podido realizar. Pero lo más insoportable es que esas realizaciones dejen absolutamente intactas esas posibilidades. Como el hígado de Prometeo, las posibilidades se reconstruyen inmediatamente después de haber hecho efectiva una realización. Como el vientre de una mujer que queda entero para otro hijo. Una realización existe en sí misma, y por tanto, no existe en la posibilidad que se es. Y eso es lo que nos llevaremos a la muerte, ese fallo enorme de nuestra imposibilidad. Y eso es lo que mas duele ante los avisos del final: esta absoluta nulidad de lo que he hecho y la alucinación de hacer, antes de que llegue la hora."

Vergílio Ferreira, Pensar