viernes, enero 20, 2006

Perdiendo los papeles


Vuelvo de la calle, de sacar la basura. Ya en la entrada y con las llaves en la mano me pregunto, una vez más, si ese vecino al que he saludado tímidamente me habrá visto. Demasiada miopía endémica (espero que no pandémica) en este pueblo; empiezo a preocuparme y anoto mentalmente el propósito de llamar mañana sin falta a mi oftalmólogo, (¿O tal vez debería buscarme un profesor de catalán que saque punta a mi dicción?). En la tele los chicos de "Caiga quien caiga" se trasladan a Salamanca para hacer chanzas sobre los dichosos papeles que hoy se han llevado. Apunto han estado de torcerse las gracias y los ingeniosos juegos de palabras, de desencadenar una salvaje e irrefrenable necesidad de resarcir agravios que no acierto a comprender, por cómo se han caldeado los ánimos cuando los lugareños han decidido soltarse animados por el calor de los focos, por la cercanía de los micrófonos y la sonrisa socarrona de los hombres de negro. Las voces disidentes estuvieron a punto de ser acalladas a golpes, cosa normal si tenemos en cuenta cómo se han cuidado moros y cristianos de azuzar a los pobres de espíritu, cómo se sirven sin mesura quienes dirigen todo esto de las embrutecidas mentes, siempre tan limpias y honestas de pura simpleza, dispuestas a que el primer hijo de puta que pase escriba en ellas lo que le venga en gana, con letras bien grandes e indelebles.
Supongo que cuando vives rodeado de fanáticos, de imbéciles que parecen haber nacido sólo para posicionarse, para lucir con orgullo un color, sea cual sea, la indiferencia puede resultarles insultante. Les miro y solo veo fichas de parchís. Ellos, a mí, ni siquiera me ven cuando saco la basura.

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