lunes, julio 02, 2007

Ernest


Tal día como hoy, un 2 de julio de 1961, París dejó de ser una fiesta. Esa madrugada, hace 46 años, Hemingway decidió poner punto y final al último capítulo de su vida mediante una escopeta de doble cañón con la que había practicado durante años el tiro al pichón, y que aquella noche, encerrado en la cantina donde su mujer la guardaba bajo llave junto al resto de fusiles de la casa, fue usada por última vez para redecorar el techo con los fragmentos craneales y de masa encefálica de "Mr.Papá". Lo siento Ernest, no pretendía resultar sarcástico el día del cuadragésimo sexto aniversario de tu fallecimiento. Todo hombre tiene derecho a elegir su día y su hora. Te fuiste, supongo, porque no te podías sufrir como sombra del hombre que fuiste. Porque lastraba esta maldición tu sangre y la de los tuyos; los que fueron y los que habían de ser: Se suicidó tu padre, se suicidó tu hermana Úrsula, tu hermano Leicester, tu hijo gregory y, años mas tarde, tu nieta Margaux. Sesenta y dos años, además, resultaron ser suficientes para una biografía inusitadamente intrépida como la tuya.
En cierta ocasión Hemingway comentaría a Mary Welsh, su última esposa:“Si no puedo existir a mi manera, entonces, la existencia es imposible.” Y a los diecinueve años dejó escritas estas líneas que habían de resultar proféticas: "morir es una cosa muy simple. He visto la muerte y sé lo que me digo. Si hubiese tenido que morir habría sido muy facil. Lo más fácil que hubiese hecho nunca...Es mucho mejor morir en el periodo feliz de la juventud aún no decepcionada, irse en un destello de luz, que tener el cuerpo consumido y viejo y las ilusiones perdidas."Palabras que no hubieran tenido lugar si un año antes, la madrugada del 8 de julio de 1918, en Italia, cerca de Fossalta y tras seis intensos días en los que el escritor frecuentó las trincheras decidido a mantener contacto directo con los combatientes, no hubiese resultado herido de gravedad por fragmentos de mortero y el fuego enemigo de una ametralladora que le destrozó la rodilla derecha. Aquella noche, durante dos horas, hemingway permaneció a resguardo en un establo sin techo, esperando una ayuda que no llegaba, con doscientas veintisiete esquirlas de metal en las piernas, pensando seriamente, por primera vez en su vida, en utilizar su pistola reglamentaria para acabar con su vida. Fue su primer flirteo con la idea del suicidio. Acontecieron en los años que estaban por llegar, el resto de las vicisitudes que habían de componer la leyenda que todos, en mayor o menor medida, hemos conocido. Esta noche, sin embargo, solo cabe imaginar los minutos que precedieron a la detonación, su insondable y terrible calado. Los pensamientos que ni siquiera pueden intuirse, la infausta tesitura que no se diluye en ginebra ni en whisky, ni se deja llevar por las horas que encierra la noche que nos reclama.

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