domingo, agosto 02, 2009

Divisadero


Cuando te dispones a saltar desde la azotea de un edificio ya nada resulta en esencia descabellado. Finges disponer de una nueva perspectiva. Te tomas tu tiempo, todo ese tiempo que a todo el mundo le sabe a poco y con el que tú nunca has sabido muy bien que hacer. Te descalzas y balanceas los pies desde la cornisa que, has decidido, va a ser el último divisadero. Las gaviotas aquí no hacen preguntas, se limitan a sobrevolar la azotea, ondeando sobre tu cabeza como banderas sin dueño y algo dentro de ti quisiera pedir algo, tímidamente, como si todavía fuese posible y existiese alguien tras las nubes dispuesto a escuchar.
Ahí abajo todo es un ir y venir de falsos pintores de amaneceres. Yo me quedo aquí, con mis gaviotas enfurecidas y mis naturalezas muertas.
Sopla una brisa densa y expansiva que intenta congraciarme con el mundo. No sabría decir de dónde viene. Nunca he pretendido comprender. Al viento, como a todo, no se le comprende poniéndole un nombre. Campanean mis pies a cada envite y yo los miro como si ya no me perteneciesen, como si ya hubiesen dado ese último paso que no me decido a dar.
Ahí abajo estarás tú también, pienso, atareada como el resto de esas hormigas que desaparecen tras las esquinas, que cruzan apresuradas los pasos de cebra y acarician sus telefonos móviles como si fuesen reliquias de un viejo amor. Ojalá pudieras ver todo esto. Seguro que tendrías algo que decir. Tú siempre sabes qué decir. Las palabras pacen en mi pecho como corderos que ignoran su suerte. Tu lo intuyes. Yo lo sé.
Sopla el viento sin nombre. Las gaviotas callan y observan. Mis pies ya han resuelto ir tras sus pasos.


1 comentario:

Amaranda dijo...

A esta hormiga le gustaría sentarse a tu vera en el divisadero y hacerte reir. Puede que no llegue a ver todo lo que sientes pero siempre intentaré mecer tus pies en su campaneo. Prometo seguir trazando puentes y dibujar con migas de pan senderos por los que tus pies descalzos puedan cruzar.

Amaranda.