sábado, agosto 15, 2009

Se busca.





Decidió esperar un poco mas, con las llaves en la mano, y la compra amontonada, tibia y mansa, junto a sus pies. La puerta que tantas veces había franqueado con la cabeza nimbada de brumas se erguía ahora con la tangibilidad de una isla desconocida, una de esas islas que descubre incrédulo nuestro mascarón de proa cuando los últimos jirones de niebla se hacen a un lado y el cielo se muestra apacible, de un azul inclasificable que nos reconcilia con el mundo. Sopesó por un instante la posibilidad de dejarlo todo, dar media vuelta y buscar esa isla, pero su cabeza seguía meciéndose en el interior de un mercante de rumbos adocenados. Demasiada niebla alrededor.
El perro de Norman lloriqueaba inquieto al otro lado del rellano, desgranando pequeños aullidos que el miedo entrecortaba, como si intuyera ese mundo que se desplegaba indolente mas allá de su portal y de los insulsos paseos de quince minutos entorno a la manzana. Recordó entonces las miradas alambicadas con que los extraños se interrogan en las salas de espera de los consultorios, en los vagones de metro, en todos los ascensores y se hizo un claro en el horizonte. Intentó imaginar el sabor de los besos que no se pueden medir ni juzgar, la cara de Sally cuando tropezara al día siguiente con la compra, o la de Norman cuando no encontrara a su perro al llegar a casa. Intentó imaginar todo eso y no pudo por menos que reír.

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