martes, noviembre 01, 2005

Neverland


Nos mentiste Peter, muchacho, nos llenaste la cabeza de pajaros. Renunciamos a comernos el mundo y permitimos que se lo repartieran los mismos desaprensivos que vimos salir en estampida, alejándose en frenética carrera, todos buscando a empellones un sitio en la feria que nos ha tocado vivir. De entre todos los que resistieron, de entre todos los que juraron no marcharse tan sólo permanezco yo, sentado en el que bien podría considerarse mi peldaño, en esa vieja escalera que ha visto subir y bajar a tanto advenedizo en ciernes. Todos se despidieron de mí sin mirar atrás: prescindible siempre como las cosas sin remedio, ya me conoces.
Con la misma cara de imbécil, Peter, con la misma me he quedado recordando toda la gracia que gasté a manos llenas cuando la creía eterna e inmensurable. Que poco te hubiese costado ponernos sobre aviso. Con todo sigo esperándote, Peter, algo cansado ya, la verdad, con el pecho menos liviano emponzoñado como lo tengo de tanta certidumbre consumada, de tanta realidad que no digiero. Envía a alguien que me recoja, que me lleve bien lejos, que me cuente de tí todo lo que ya a penas consigo recordar.
Los días transcurren desangelados y grises, Peter, cuando ya nadie comparte contigo el pan y la sal. Nos mentiste, Peter, y yo no consigo creer en nada que no sean tus mentiras.

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