domingo, octubre 30, 2005

A good Woman

Un joven matrimonio es expuesto a un peligroso rumor que circula en la alta sociedad. Robert Windermere es acusado de proporcionar cuantiosas sumas de dinero en secreto a Mrs. Erlynne, una madura mujer de dudosa reputación, mientras tanto, su mujer Meg Windermere llama la atención de Lord Darlington, un conocido playboy. La llegada de Mrs. Erlynne a la Costa Amalfitana la convierte en el foco de atención de todos los hombres de la Riviera, en especial de Lord Augustus "Tuppy", quien le declara sus sentimientos desde el primer momento. En el 21 cumpleaños de Meg la situación llega a un punto crítico, la joven esposa despechada huye de la fiesta para fugarse con el atractivo Lord Darlington.



Hoy he visto esta película, un poco a destiempo, lo sé (ya no frecuento tanto los cines como antes). Aparece Helen Hunt, y eso para mi ya era un motivo de peso. La he visto, a Helen, un poco ajada; aunque su papel, me he dicho como quitando hierro al asunto, requiere que la protagonista sea una mujer madura hasta el punto de poder arrogarse la maternidad de otra de las protagonistas, eso y cierta belleza que dé crédito a su papel de mujer fatal. De acuerdo, Helen es ideal para el papel, pero me duele comprobar como el paso del tiempo emborrona una belleza que no debería desaparecer jamás, me duele aunque sea un espejismo eventual ejecutado deliberadamente por el equipo de maquillaje. Hay mujeres de las que uno un buen día se enamora y ya permanecen por siempre como deificadas, a resguardo del perentorio flujo temporal; inmaculadas en una imagen que nuestra mente corteja a su antojo; cautivas en la magia de cuatro escenas recurrentes que se nos aparecen como por ensalmo cuando alguien pronuncia sus nombres. Ya tendré tiempo de enamorarme de Scarlet johanson, no lo descarto. Por lo pronto prefiero abandonarme a mis añejas y fieles ensoñaciones.
Suena "Brown eyed girl" de Van Morrison en mi ordenador. Alzo mi vaso y cuatro pedazos de hielo danzan apretados entre el cobre del bourbon. Cierro los ojos y te veo pasear con el sol a tu espalda, nimbada por la luz que juguetea con tu pelo. Te detienes y sonríes, y el mundo, que se detiene contigo, me parece hermoso porque tú habitas en él. Porque respiras en algún sitio ajena a mi desvarío y sonríes para alguien con mucha, mucha suerte. Brindo por la suerte de ese hombre; mantengo mis ojos cerrados y brindo por su condenada suerte.

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