miércoles, agosto 01, 2007

lluvia



Frente a tu puerta el tiempo pasa sin censuras. Pienso en esta frase ahora, frente a tu puerta, sin censuras, sin estar muy seguro del sentido que semejante revelación me depara. Estoy bien. Hay un gato empapado en tu puerta; parece asustado. Siento que esta es la última parada. Mi tristeza ya no encuentra divertimento entre los muros desangelados que ocultaron nuestras risas, se acabó el peregrinaje por todos nuestros rincones mendigando esa dicha incontenible que nos transfiguraba entonces. Hace frío. Yo no lo siento; no siento nada. Pero sé que hace frío. La gente corre a guarecerse bajo los soportales embozados en su ropa de abrigo, se apuran por entrar en los bares sin reparar en la tétrica luz que los uniforma a todos. Bajo esta lluvia endemoniada hay una luz de artificio que no sé bien de dónde habrá salido pero que me acompaña, creo, siempre que pienso en ti. Por eso estoy aqui, en parte. Seguro que tu la hubieras relacionado con algún cuadro de Patinir o de algún prerrafaelita. Adorabas a los prerrafaelitas, sobretodo a Rossetti. Yo nunca supe ni quise saber nada de ese Rossetti. Intuía en el fondo que nombres como ese serían los que te llevarían lejos, muy lejos de aquí. De tu ventana hace tiempo que no escapa ninguna luz, ningún ruido, nada de música ni siquiera tu voz canturreando estribillos absurdos e inventados. A lo sumo la voz de tu madre cuando le habla al canario. Eso me ha hecho gracia. Estoy empapado. He decidido esperar bajo tu ventana, todos los días, a diferentes horas, en parte por si apareces y en parte porque, a base de recorrer nuestro itinerario íntimo, he acabado por aceptar que no tengo a donde ir. Los chicos siguen con sus partidas de dardos cuando salimos del taller. Henry va a tener un crio con Dora. Dora todavía me pregunta por tí. Hace tres días que no deja de llover. Me pregunto si ese gato llevará ahí tres días esperando; esperándote. Tu madre todavía te hace en Seattle (que dicho sea de paso es conocida como la rainy city, la ciudad de la lluvia, aunque allí, en realidad, no llueva tanto como en otras ciudades americanas) de allí aseguran que nunca volviste, quienes mas te quieren y tienen la esperanza de verte pronto, como Dora, y me cuentan que allí permaneces gozando de esa oportunidad que tu ciudad no te brindó. Luego están esos otros que como yo, reacio a los finales felices, te creen sencillamente muerta. Observo tu puerta; madera humedecida y filigrana de hierro forjado con forma de rosas. No me parece la puerta de una muerta; Hoy estoy aqui porque necesito pensar que no lo estás, que nunca has estado muerta, quizás sigues presa de alguna mala racha que te retiene donde quiera que estés, persiguiendo alguno de los sueños que apenas consentías en compartir conmigo cuando bajabas la guardia. Como en nuestras noches de azotea y cerveza helada, ¿recuerdas?, jugaba con tu pelo y hacía esfuerzos por seguirte mientras tú divagabas con los ojos llenos de imágenes que yo nunca vería. Algunas personas sencillamente no tenemos sueños que perseguir. Me encontré con tu madre en la esquina de la 73 con Columbus. La semana pasada. Salía de Mama Joyce's del brazo de un hombretón que no era tu padre, porque a tu padre (le recuerdo bien a pesar de que las únicas veces que lo había visto fue tumbado en el sofá del salón, bebiendo cerveza y gesticulando frente al televisor) desde el escorzo retrospectivo en que le contemplo, bien es cierto, resultaba un cuerpo contrahecho y con sobrepeso que posiblemente no le hacía justicia, pero que en nada se parecía al que viera entonces con tu madre: tan ufano y cariñoso como bien parecido, atento y con la torpeza mal disimulada de los cuerpos robustos que se resisten a envejecer. Tu madre nunca me quiso bien pero yo sigo velando por ella, porque sé que tu así lo querrías si pudieses llamarme y reunieses el valor para pedirme un último favor. Me gustó ese tipo, y a tu madre se la veía feliz de su brazo. A veces la llamo para preguntarle cómo está de lo suyo, pero últimamente se niega a hablar conmigo. ¿Otra vez tú?, me dice, déjanos en paz, ya has hecho bastante daño en esta casa. Sigue culpándome de tu desaparición, imagino. Como Norman, que va va a vender el local y los chicos andan como locos porque es toda una institución. También él me negó la entrada durante todo un año hasta que los chicos le convencieron para que dejara de hacerlo. No importa; odio los dardos. Hay quien confunde los papeles de la víctima y el verdugo, como quien confunde los colores. De todos modos nunca me importó demasiado el papel que me tocó asumir en esta película nuestra. En el fondo mi culpa es un armario enorme donde cabe la culpa de todos los demás. El gato permanece a resguardo en el portal, mirándome como si aguardara mi entrada. Los charcos le asedian por todos los flancos. Seguramente se pregunta si no habría entrado ya de no ser esta una lluvia mucho menos pertinaz y ligera que la que baña a diario las calles de Seattle. ¿Estará lloviendo en Seattle? Aqui siempre llueve, llueve todos los días desde que te fuiste.

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