viernes, abril 24, 2009

Pollitos, payasos y tú

Intento leer algo, escribir algo pero mis ojos acaban siempre prendidos de esta imagen tuya recien descubierta que permanecerá muchos días junto al teclado: sol ardiente de junio de Lord Frederic Leighton. Vencida al fin por el cansancio, aovillada entre linos y gasas te dejas acariciar por la luz de un nuevo día, ajena a quien vela tu sueño, y sonríe, y tan solo aspira a verte también sonreír, acaso en vano, mientras duermes...



Recuerdo un pollito persiguiendo torpemente un globo. Suelo acordarme de esto los días especialmente tristes. Aquello era un estúpido experimento que sin duda pretendía demostrar alguna estúpida teoría. La cuestión es que el pollito creía que aquel globo era su madre y seguramente aquel era el pollito más feliz de este jodido mundo. Nadie hubiese podido convencerle de que estaba cometiendo un grave error ni malograr un ápice toda esa dicha, todo esa cerrazón ciega buscando el calor, el abrigo de unas cuantas bocanadas de aire clausuradas en el interior de una goma. Soy incapaz de imaginar nada más triste. Nada supera esto. Ni siquiera la imagen de un payaso llorando por el amor no correspondido de la mujer a la que lanzan puñales todas las noches en el circo. No sé por qué me da por pensar en todas estas cosas los días especialmente tristes. El pollito que no sabe. El payaso que llora mientras reímos. Ahora también estás tú alejándote sin mirar atrás, por enésima vez, en nuestro andén.
Dios, que lo ve todo, debe ser un tipo jodidamente triste.

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