viernes, mayo 01, 2009

Las cenizas de papá

Las cenizas de papá acabaron siendo demasiadas cenizas. Una cantidad enorme de algo más parecido a esa arena con que se rellenan las clepsidras o esas bolsitas menudas que eliminan la humedad y que con tanta aprensión descubrimos en los bolsillos de las prendas que acabamos de comprar. El caso es que mamá cargó con ellas como pudo en el autobús, validó su billete con la asepsia cívica que la caracteriza, y tomó asiento entre solícita y contrita: mamá siempre ha sabido estar en su sitio. Imagino que llegó temprano a su destino y que se negó con esa rotundidad cerril que también la caracteriza a que ningún pasajero le ayudara a bajar todo aquel montón de papá. Aquel peso que ahora también, debía ser exclusivamente suyo. Ahora mamá señala con su dedo índice y su bocecita de recitar recetas con fervor mariano: "está ahí, detrás de aquel parterre (ella no dijo Parterre), y la otra mitad allí, al pie de aquel álamo (era un pino)."Y sonrió con los ojos licuados, y yo la abracé porque es lo que los hijos hacen con las madres que esparcen a sus padres como dios manda.

Qué quieren que les diga, las últimas voluntades no albergan más dignidad por ser las últimas, ni tiene nadie la obligación de comprender, pero entiendo que les demos cumplimiento con ese rigor (a menudo ridículo) que se arroga la muerte y sus aledaños: no vaya a ser que a nuestros muertos les dé por sublevarse. Puedes estar tranquilo papá.




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