viernes, agosto 26, 2005

Cuando calienta el Sol...

Hay quien decide poner alcohol de por medio, cuarenta metros de caida libre o simplemente tirar de gillettes. Yo vengo aquí. A la playa. Es lo único que parece funcionar estos días para capear la depresión y resulta mucho menos expeditivo. No soy un tipo con tendencia a la depresión, no me malinterpreten (tengo mis bajones, es cierto, pero quién no los tiene con la que está cayendo), a lo sumo me entra el bajón melancólico-metafísico y me da por ponerme a escribir pero es que con este solazo, en pleno mes de agosto, lo suyo es acercarse a la costa, pedirse una cervecita bien fría y, a recaudo de una buena sombra de chiringuito, estudiar relajadamente la fauna autóctona. Por lo general no acostumbro a permanecer más de cinco minutos sin la necesidad imperiosa de llevarme la jarra a los labios, en parte para saborear mi cerveza y en parte para ocultar la sonrisa (cuando no la carcajada) que la visión de determinados fenómenos evolutivos de la especie (querido Darwin; ¡A otro perro con ese hueso de "la selección natural"!) a menudo consiguen provocarme. Ustedes qué opinan.

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