sábado, agosto 13, 2005

El mechero de Brando




"We must kill them. We must incinerate them. Pig after pig. Cow after cow. Village after village. Army after army...."

Ocurrió hace un par de días, tal vez tres. Nada serio, aunque pudo haberlo sido. Una especie de perturbado se coló en el tren y se dedicó durante todo el trayecto a lanzar improperios y a proferir la más virulenta diatriba que contra los pobres y somnolientos viajeros dirgirse pueda. Pedía fuego a todo el mundo con un tono de interrogatorio pendenciero seguramente aprendido en sus muchas horas de vigilia televisiva en el sanatorio de donde jamás debió haber salido. Exigía un encendedor con el que prender una especie de canuto chusco y desproporcionado que exhibía con la misma insolencia con que porfiaba. Lucía, además, el aspecto propio de los turistas de chancleta y riñonera con los que acostumbramos a compartir asiento en los vagones estos días: con la cabeza completamente afeitada, camisa de manga corta desabrochada para que todos pudiésemos contemplar aquel prodigioso abdomen de zampabollos compulsivo; unos pantalones de deporte ceñiditos hasta donde el decoro de un demente dice basta, y unas monísimas chanclas de maruja playera. ¿Tienes fuego?, me pregunta. Dedico apenas unos segundos para meditar si merece la pena aclararle aquello de que en un transporte público no está permitido fumar, pero el instinto o la providencia divina me obligan a contestar simplemente que no fumo. El tío retrocede un paso torciendo el gesto y exhalando violentamente una bocanada de aire (rollo "se me están hinchando los cojones"), da media vuelta y mirando al techo exclama: ¡Me están vacilando!, ¡Encima me están vacilando! Huelga decir que para entonces (antes de que continuara con no sé qué de Franco) un servidor ya sabía que aquella calva reluciente no llevaba nadie a los mandos. Empezamos a intercambiar, los allí presentes, miradas de desconcierto y alguna que otra sonrisa mal contenida. El interfecto coje aire y repite la operación con el resto de pasajeros, siempre igual: él pide, nosotros negamos o nos encogemos de hombros y él arremete con sus vesánicas salidas de tono. Desapareció tal como vino no sin antes repetir el numerito tres o cuatro veces, cada vez que aparecía por las portezuelas que comunican los vagones y de las que se servía para atormentar a todo el tren. Los revisores y los seguratas bien gracias (otro día les dedicamos unas líneas y un recuerdo para su puta madre).
El caso es que esa misma mañana los periódicos se desayunaban con imágenes de un sujeto que parecía el clon caducao del tipo del puñetero mechero. El abuelo ese que trató de disolver por su cuenta, pistola en mano (con un par de huevos y deditos de frente, escasos) una manifestación en Roquetas de Mar, donde, al parecer, unos guadias civiles con vocación y armamento de"ninja de mercadillo" se cargaron a un pobre hombre en el cuartelillo. No he podido evitar evocar aquellas palabras de Kurtz en "Apocalipsis now": ¡El horror! ¡El horror! No he podido evitarlo, digo, porque como el Kurtz de Brando eran aquellos tios, aquellas réplicas baratas y trasnochadas con las que me había tropezado dos veces el mismo día. Pude recordar entonces unas palabras del mismísimo Brando que, como por ensalmo, parecieron revelárseme para acabar de digerir los acontecimientos recientes: "Todo pasa. Nada dura más que un rato. Si aprendes esto, la vida se hace más fácil". Gracias Marlon.

1 comentario:

siloam dijo...

uff, que post tan bueno, y tan denso...si hasta me parece que suenan los doors, this is the end, my friend (bueno, espero q no).