domingo, septiembre 18, 2005

De clanes y contingencias


A veces creo que las personas, como si de miembros de un viejo y arcano clan se tratara (uno de esos cuyo origen habría que rescatarlo de la Edad Antigua y revelarlo por medio de crípticos ceremoniales vedados a las miradas neófitas), todavía se resisten a la individualidad que parece imponer las fronteras de este cuerpo que nos confina. Esta condenada unicidad que arrastramos como única verdad tangible a que aferrarnos a menudo se me antoja una ilusión, un espejismo que en un parpadeo desgarra la realidad y me la ofrece renovada, luminosa y coherente. Eso ocurre cuando el azar (esa caldera en la que bullen todas nuestras contingencias), nos acaba mostrando el camino que lleva hasta uno de esos miembros en cuyos ojos nos reconocemos; hasta un viejo y olvidado hermano que, como nosotros, ahora lo sabe, una vez perteneció al mismo clan.
La complicidad es en estos casos un fenómeno arrollador que se manifiesta en todas las vertientes y con todos los matices y las gradaciones que la paciencia del observador permita. Un hallazgo que brota de forma espontánea, expansiva, torrencial, y, casi siempre, a la postre, efímera.
Bullen y bullen nuestras contingencias, al dictado de la llama de un espíritu burlón.

No hay comentarios.: