domingo, septiembre 04, 2005

Doctor Pasavento



Andaba yo el sábado, perdido por esas grandes superficies de Dios, ojeando libros de toda ralea, cuando de pronto, a la vista de todo el que quisiera ver, se amontonaba con caprichosa disposición de escaparatista avezado una columna de varios volúmenes de "El Doctor Pasavento". ¡Sapristi!, ¡Albrícias! ¡Lo últimito de messieur Vila-Matas ante mis narices, y yo que lo esperaba para octubre, ¡Siempre en las nubes! ¡Rápido cógelo! -me dije- ¡Cógelo y cómpralo!
Agradecí en aquel instante haber recalado en uno de esos puntos muertos de las librerías donde sólo habitas tú, porque la mía debió ser una de esas expresiones de urgente avidez que incomoda a cualquiera, de vergüenza ajena, vamos; rollito Gollum "¡Mi tesoro!".
Hasta un reguero de espesa baba debió de caer a mis pies, acumulándose bajo mis zapatos, filtrándose en la moqueta, encharcándolo todo para dejar así una señal a todo el que quisiera ver: allí estaba el último libro de Enrique Vila-Matas.
Doctor Pasavento, que así se llama el libro, trae en su cubierta la siguiente reseña:
"El héroe moral del escritor y doctor Pasavento es Robert Walser, de quien admira su afán por pasar desapercibido, la vida de bella infelicidad que llevó y la extrema repugnancia que le producían el poder y la grandeza literaria. Perseguir el destino de este escritor significa para Pasavento retirarse del mundo, como lo prueba esa caligrafía suya que se va haciendo cada vez más microscópica y le lleva a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz porque siente que este se encuentra más cerca de la desaparición, del eclipse. Quiere apartarse, y un día desaparece. Cree que indagarán, que le sucederá lo que a Agatha Christie cuando la buscaron por toda Inglaterra a lo largo de once días y al final fue encontrada. Pero al doctor Pasavento no le busca nadie y poco a poco va imponiéndose esta sencilla verdad: nadie piensa en él.
Le veremos entonces recurrir la estrategia de la renuncia: el acto extremo con el cual algunos raros escritores se aseguran el único modo de captar el destello de la vida plena e inexpresable, no sofocada por el poder. Le veremos renunciar al yo, a su grandeza y a su supuesta dignidad, y hasta creer que está encarnando por sí sólo la desaparición del sujeto en Occidente. "Lo que yo quiero es seguir existiendo sin ser molestado", dice el doctor Pasavento, y luego, de forma algo contradictoria, se pregunta si será capaz de vivir sin que nadie se acuerde, ni lejanamente, de que existe. Viaja al manicomio suizo donde Walser vivió tantos años apartado del mundo y se acerca al ejercicio de un arte muy peculiar y en el que su escritor más admirado fue un consumado maestro: el arte de convertirse en nada.
En Doctor Pasavento, Enrique Vila-Matas, después de Bartleby y compañía, El mal de Montano y París no se acaba nunca, prosigue la ruta ascendente que lo ha consagrado, indiscutiblemente, como uno de los grandes escritores europeos de nuestro tiempo."
¡Indiscutiblemente!

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