jueves, septiembre 22, 2005

Neverwhere


El personal de seguridad del edificio donde trabajo es de natural taciturno, a qué negarlo. En el año que llevo trabajando aquí apenas hemos intercambiado algo más que unos parcos saludos a la entrada y la salida. Pero hoy me ha sorprendido la predisposición y prolijidad comunicativa con que me han salido (literalmente) al paso. Cabe mencionar que la presencia de dos vehículos de bomberos, varios agentes de la policía municipal y algún que otro coche patrulla de los "mossos d' escuadra", bien podían alterar el estado anímico de los seguratas, por lo general tardo y vegetativo, propio de un trabajo ingrato que les exige grandes dosis de responsabilidad a cambio de una actividad física de mojón de carretera comarcal. Al acercarme a la entrada me han informado de forma parca y un tanto expeditiva sobre el motivo que vedaba el acceso al edificio: un incendio en el juzgado 44. La causa y el estado final del mismo eran cuestiones que no parecían dispuestos a compartir conmigo, seguramente porque ya intuían lo mucho que esas explicaciones podían repetirse a lo largo del día o sencillamente porque las consideraban materia reservada para altos cargos. Parecían desacostumbradamente tensos, como con ganas de agradar y así mostrarse a la altura de las chamuscadas circunstancias. Casi me alegraba por ellos al verlos, por fin, desenvolverse en esa extraña y novedosa situación que tanto parecían haber esperado. Impertérritos, marciales, con un par. Hubiese querido permanecer unos instantes junto aquellos heroes de atrezzo, para felicitarles muy sutilmente, sin alharacas ni excesos que pudiesen menoscabar la profesionalidad y el rigor que sólo ellos parecen poner fuera de toda duda. Les espera una dura jornada, pensé mientras me apresuraba a tirar de móvil para avisar a lo compañeros. Nosotros de fiesta forzosa, sin poder acudir a nuestros puestos de trabajo, y ellos allí, al pie del cañón.
De algún modo, su existencia en la sombra me ha recordado una de mis últimas lecturas. Un libro de Neil Gaiman titulado "Neverwhere" (del que, por cierto, existe una versión televisiva de seis episodios que escribió él mismo en 1996 para la BBC. Espero poder localizarla por la red). En el libro, Gaiman recrea un submundo ubicado bajo el metro de Londres, una realidad donde coexisten "Londres de arriba" y "Londres de abajo" indisolubles y dependientes al mismo tiempo, pero inabarcables simultáneamente. Pertenecer al mundo subterráneo significaba desaparecer por completo para el mundo de la superficie. Un viaje de vuelta es imposible dado que tras ingresar en el submundo (aunque fuera de la forma accidental en que lo hace el protagonista, Richard Oliver Mayhew) te conviertes en una especie de sombra, un vago recuerdo, algo que simplemente no está ante tus ojos. Hay muchas personas con las que nos cruzamos a diario y que no parecen estar ante nuestros ojos. Como si anduvieran, resignados, de un sitio para otro buscando algo que hubiesen perdido hace mil años. No reparamos en ellos. No existen. No nos importan sus vidas, sus inquitudes o sus miedos, sus recuerdos o sus sueños. No nos importan porque no son los nuestros, porque en nuestro mundo, que somos exclusivamente nosotros mismos, no existen. El proximo lunes, cuando llegue de nuevo al trabajo, limpiaré mis gafas con empeño y abriré bien los ojos. Volveré a dar los buenos días de rigor, pero esta vez sosteniendo sus miradas con la calidez de una sonrisa. Una de esas que te hace sentir que existes incluso aquí, en la superficie.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

joer con el primer mundo. De puta madre te sentiras al escupir mierda a la raza gitana. Pringaos de paja-chat es lo que sois.

Payos podridos con la pajas en el cerbreo, como la resecada de rojo. Anda que os follen unos tiburones navajeros.Palmeros babosos.Tirititan

Anónimo dijo...

Mola tu blog, la verdá.
Dejar ya de perseguir al farruco que todo quisqui hace cafradas de t´rafico. Leña a los gitanos y tenía que salir de la peña esa de pájarracos de la tipa de la falda roja y su lengua de venenos.
Dejar a los gitanos que se aprtan la camisa, joer.

Anónimo dijo...

A qué coño viene esto del Farruquito? En tu texto no veo ninguna mención a dicho individuo.

golgi dijo...

Lamento haber soliviantado los ánimos. No he entendido muy bien gran parte de lo que el usuario anónimo me ha dejado escrito pero parece que se ha molestado por mi opinión sobre el caso Farruquito en el blog de la mencionada chica de falda roja. Para empezar, decir que aquello era mi opinión sobre un individuo y un desagradable incidente que provocó él mismo, no la raza a la que pertenece y contra la que no tengo nada (aunque sigo pensando que su boda es lo más cutre que he visto en mi vida y que no venía a cuento tanta celebración y tanta hostia cuando todavía está tan caliente el asunto del atropello). Seguro que a la familia del tipo este, si le hubiese pasado algo así, montan un pollo de tres pares de pelotas, y con razón.