viernes, abril 06, 2007

Ernesto no me aburras

"Nadie elige su amor sólo a partir de lo que tiene ante los ojos: todos, en realidad, elegimos nuestros amores en términos del espacio futuro que nos creemos capaces de llenar con ellos. No elegimos nuestros amores a partir de realidades sino a partir de irrealidades y de esperanzas."

Álvaro Pombo, El cielo raso.
"...Hasta aquí llegamos". Esas mismas palabras, u otras de muy parecida índole, se dijo Ernesto una tarde de nubes especialmente ociosas, quien sabe si movido por su innegable inclinación al melodrama o por el certero golpe de gracia que asestaron a su melodramático corazón las últimas palabras de Desideria Cormazán: "No es que no te quiera; es que me aburres", -y acto seguido (imponderable el efecto de sus precipitados pensamientos, ahora lo sé) añadió: "y si lo hicieras tan sólo un instante, si el tuyo fuera uno de esos aburrimientos pasajeros que apenas turban los sentidos que porfían en asirse al objeto de nuestras más íntimas veneraciones; si el tedio que me produces, que es inmenso, fuese tan sólo fruto de tu conversación o de los cauces con que gobiernas cuanto fluye por tus labios de buhonero impenitente o de tu eterna pose indolente que nunca he sabido a qué narices responde, ¡Ernesto por dios!, o a caso fuese tan sólo este ingente, omnímodo e insoslayable hastío que conozco desde que te conozco, un engaño, un espejismo con que el cansancio de mi jornada o mi natural intransigente pretende apartarme de la realidad; si alguna de estas hipotéticas justificaciones tuviera el menor viso de credibilidad en que depositar pudiera mis últimas esperanzas para salvar el poco crédito que de ti guardo, si fuesen capaces de entreabrir cualquiera de las innumerables puertas que conducen a la duda razonable que tanto ansío, si así y sólo así fuera, llegado este punto en que toca dar paso a las verdades del barquero, temblaría mi voz; y fíjate que no tiembla, Ernesto, fíjate bien que ni si quiera me tiembla el pulso cuando levanto la mano (con ganas de meterte un buen par de bofetones, ¡Qué harta me tienes, Dios!). Sólo así (¡Repito!, ¡Y no se te ocurra interrumpirme Ernesto!) hubiera alargado, quien sabe si horas o días o meses lo que ahora comprendo que no puedo postergar ni un segundo más, sabiendo como sé, desde el mismo momento en que te besé, que eres indeciblemente aburrido, Ernesto, Ernestito, incluso cuando besas."

Silencio. Durante el transcurso de siete largos, interminables minutos, Desideria Cormazán se limitó a resollar agitadamente y a recomponer el porte desmoronado ya para siempre a los ojos de Ernesto. Éste sostuvo su mirada el tiempo necesario para cerciorarse de que no habría más, de que aquellas iban a ser las últimas palabras de la frenética diatriba con que Desideria Cormazán correspondía a sus meses de vanos requiebros, a todas las flores y ferreros rocher (malgastados para siempre, ahora lo sabía, lástima), a las llamadas perdidas, a las flexiones matutinas y la seda dental, y el desodorante ese tan caro que le reportaba, creía entonces, cierta aura de agente secreto con licencia para matar (¡ay Dios!, de aburrimiento al parecer). Adios a todo en definitiva y en concreto a sus innumerables noches en vela tejiendo versos que vistieran el abismo de silencio e indiferencia con que su amada parecía distanciarse (ahora más que nunca) del mundo entero.

"No hay forma de arreglar esto"- pensó Ernesto mientras, confuso y ligeramente contrariado, apuraba su café y se disponía a recoger velas. Ya en la entrada, paralizado como por efecto de una revelación mariana se giró con una vehemencia que nadie jamás le volvería a conocer:
-"¡Anda y que te divierta tu puta madre!

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