domingo, octubre 16, 2005

Padres


Hoy he ido a comer a casa de mis padres. Había transcurrido el tiempo necesario como para intuir el aluvión de reproches velados que debería soportar en cuanto cruzara el umbral de mi antiguo domicilio. "¡Qué caro eres de ver, hijo mío!", ¡Dichosos los ojos!", "¡Contigo quería yo hablar"!, ... bueno, la verdad es que muy diplomáticos, así, de entrada, no fueron, pero lo cierto es que tenían razón. Cada vez dejo pasar más tiempo entre visita y visita, y eso hace que me sienta francamente mal, me acarrea un sentimiento de culpabilidad absurdo porque..., lean esto bien, ¡Los veo cada semana! Cada jueves para ser exacto. Los dos como un reloj, a la puerta del curro, que yo no sé cómo no se descojonan de risa los compañeros, o el personal de seguridad de la entrada, que ya nos deben de tener calados. La cuestión es que los padres tienen esa aura de autoridad implicita que rodea todo cuanto dicen y/o hacen, reconvirtiéndote en el pequeño mequetrefe que eras con sólo intercambiar cuatro frases hechas contigo. No se cuestiona lo que dice un padre, no señor, aunque por dentro te estés cagando en todo tu santo linaje. Que te sueltan un bocadillo de panceta con suficientes calorías para frenar el hambre en Africa durante una semana, pues te lo comes y a callar; que el cocido te produce flatulencias, pues te las guardas que van a subir el gas natural,...y así con todo. Y de política o de futbol mejor no hablamos; lo que no aguantarías a un extraño sin la consiguiente pateada testicular, a tu santo progenitor sin chistar. Bueno discutir sí que discutes, pero sabes que la sangre no puede llegar al río, porque tarde o temprano ahí estás tú otra vez, tragando en todos las acepciones del término. Procurando sacarle brillo a esa faceta tuya de fajador impenitente. Y luego esas toneladas de comida ya de vuelta a casa, que los vecinos te ven y luego corren al televisor para ver si anuncian alguna catastrofe de esas que empuja a las masas a saquear los supermercados. En fin, qué les voy a contar que no sepan ya. En todos sitios cuecen habas y en mi casa incluso algún domingo.

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