sábado, octubre 15, 2005

Pitol de la mano


Andaba yo esta mañana por el Corte Inglés, aparcado cariñosamente por mi mujer en la sección de libros, mientras ella daba rienda suelta a esa críptica y nunca bien ponderada pasión femenina por el "prêt-à-porter" de ocasión. Siempre acostumbro a dar una primera vuelta de reconocimiento para hacerme una somera composición del lugar: dar con las últimas novedades editoriales y sortear las toneladas de volúmenes para codigoDaVincianoadictos con las que los dependientes construyen castillos y parapetos varios, mientras intento desenterrar las joyas literarias (pocas encontraran aquí pero haberlas haylas) que acostumbran a dormitar tras los susodichos parapetos o bajo ingentes cantidades de morrala de autoayuda. En esas circunstancias concedo un breve tiempo de descanso a mis manos (hartas de tareas mundanas propias de manos, no me piensen mal), para que se abandonen y divaguen acariciando todo tipo de cubiertas y tapas. He estado tentado en llevarme cien libros (es lo que tiene la tentación, que no cuesta dinero) pero la realidad económica obliga, la realidad económica y el buen hacer de ciertos escritores cuya letra impresa acostumbra a decantar la balanza de nuestro medroso albedrío, que cede ante reflexiones tan hermosas como la que aquí les dejo, y con la que de bruces me tope en cierta contraportada:
"Uno, me aventuro a decir, es los libros que ha leído, la pintura que ha conocido, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas".
"...una suma mermada por infinitas restas". Me sorprendió que semejante fórmula, tan cargada de razón, pudiese expresarse al mismo tiempo de forma tan bella y simple. No pude por menos que rebuscar en mis bolsillos y copiarla en uno de tantos papeles que siempre van conmigo y que en todos sitios pierdo. La frase es de Sergio Pitol y el libro es "El mago de Viena". Este mago, el vienés, no vino conmigo a casa. Me llevé al otro, al mejicano, cautivo en un libro de relatos publicado por anagrama: "Los mejores cuentos". En la portada aparece una foto suya, sonriente, sentado sobre un poyo, con las piernas cruzadas y los brazos extendidos, reposando las manos sobre dos objetos propios de un mago o un prestidigitador: un bastón y una gallina. En casa lo tengo, esperando sentado a que yo ponga al día mis lecturas. Acariciando su gallina mejicana de barro cocido y la empuñadura de su bastón mientras se ríe de los templarios y de Leonardo y de todas las intrigas vaticanas, porque aquí la magia, como el bacalao, la cortan los de siempre.

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