sábado, septiembre 23, 2006

la graduación de los sueños

7:06 a. m. Ochenta y una pulsaciones por minuto en mi pulsómetro. Empiezo a correr.
La rompiente rugía esta mañana con más fuerza si cabe. Mucho más que ayer, cuando entre los brazos de Carrie las olas parecían arrodillarse a nuestro paso y todas esos nubarrones no conseguían sino recrear un mundo nuevo para nosotros. A medida de nuestras deliberadas ausencias.

Debo llevar kilómetro y medio tras de mi. Ciento treinta y cinco-ciento cuarenta pulsaciones por minuto; cada vez llegan antes. El cielo parece indeciso esta mañana...

...Tal vez no. Tal vez el fragor con que el agua se estrellaba contra las rocas me llegaba ayer en sordina. Aislado del mundo como estaba entre sus brazos. El tren meciéndonos con su monótona cadencia de autómata; los ojos de Carrie -serenos estanques en cuyo reflejo no consigo reconocerme- meciéndome a su vez con la cadencia redoblada de los corazones libres.
Estos seis kilometros pesan hoy como seis millas naúticas. Los pies desusadamente grávidos, desacompasado el ritmo con que mis pulmones se abastecen de aire, la mente ociosa a la deriva y mis ojos fabulando libres, intuyendo las hechuras de Carrie en todo aquello con que tropiezan: Carrie sentada mirando al mar, Carrie de pie sobre una roca desafiando las acometidas de enormes lenguas de agua, pavesas de espuma revoleteando a su alrededor...Es lo que tiene la miopía, que permite soñar despierto. Abro los ojos y toco mis sueños. Recelo de todo cuanto veo pero en mi estado, ante mi solo desfila un hermoso carrusel de imágenes, tangibles ilusiones llenas de ella.

...Me preguntaste si alguna vez soñaba contigo. Te respondí que no recuerdo mis sueños, que nunca lo hago. Cuando llegan mis noches no me quedan sueños que ofrecerle, los malgasto de dia, en tu nombre, siempre corriendo.

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