lunes, octubre 03, 2005

Eclipse


En 2026 se repetirá. En 2028 será nuevamente anular. "Para entonces tengo tiempo de preparar unas vacaciones a cualquier otro lugar donde la gente no se comporte como los figurantes de la invasión de los ultracuerpos". Pensé esto mientras a mi alrededor todo el mundo parecía haberse levantado con el propósito de presenciar aquel fenómeno único (otro más junto a los gavilanes): turistas, estudiantes, oficinistas, niños, jubilados y señoras de las que se desgañitan frente al televisor viendo "El diario de Patricia", estas últimas también escudriñando el cielo, con la marcialidad que sus maltrechos cuerpos a penas sí les permiten adoptar, y esas gafas trekkies de diseño imposible...

Andaba en estas cuando reparé en mi sombra. Aquella luz crepuscular debía ser la causante porque así, a bote pronto, me resultó extraña. Hermosa y nítida como una acuarela. Casi viva. No, decididamente aquella no podía ser mi sombra. Si bien se ajustaba a las dimensiones y hechuras capaces de satisfacer un examen poco riguroso, lo cierto es que había algo en ella que por no resultarme familiar suscitaba cierta aprensión, algo así como cuando uno se acerca a un objeto extraño con la sospecha de que pueda cobrar vida de un momento a otro. Observé con detenimiento el novedoso detalle con que se cincelaba mi silueta por las aceras al tiempo que me sentía arrastrado por ella. Sí, estaba tirando de mí, podía sentir como tiraba de mí a lo largo del adoquinado pavimento mientras todos aquellos marcianos de ópera bufa seguían pasmados mirando el cielo. Nadie parecía darse cuenta. Nadie excepto yo, que seguí a mi nueva sombra por entre los callejones sombríos y húmedos de "Ciutat vella" con el paso apremiante de quien parece estar buscando un W.C. Anduve así un largo trecho, con una prisa absurda que me gobernaba, siguiendo aquella sombra que se deslizaba por las paredes con desenvoltura líquida, obligándome a danzar bajo los soportales, diluyéndonos ambos súbitamente en todos los escaparates, fundiéndonos como cuentas de mercurio en cuantos charcos surgían a nuestro paso. Sucedió al doblar la esquina. Una de tantas, pensé entonces. Ahora y siempre la esquina del eclipse. Una chica con cara de no entender nada se detuvo azorada a un par de metros, frente a mí. Trataba de recomponer su aspecto mientras me miraba hecha un mar de dudas. Nuestras sombras se besaron, lánguida y apasionadamente mientras nosotros recuperábamos el aliento. Hicimos como que no veíamos, nos sonreímos por compromiso, intercambiamos varias fórmulas de cordialidad improvisada y prometimos volver a vernos un día de estos, tras cesar el eclipse, cuando nuestras sombras recobraron su naturaleza inerte. Intercambiamos teléfonos y bromeamos un poco. Sus ojos parecían cansados y tristes, todavía con cierto poso de desconcierto rielando en su fondo ambarino. Tal vez los vuelva a ver en el dos mil veintiséis o veintiocho, cuando se repita el fenómeno y se busquen nuestras sombras, y nosotros no tengamos más remedio que asistir expectantes y cariacontecidos al sombrío enlace. Llevaré conmigo unas de esas gafas de diseño imposible y esperaré su llegada con ellas puestas, al abrigo del fuego solar y el brillo cobrizo de sus ojos tristes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
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